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Kamui Gakupo Vie Feb 07, 2014 11:17 pm

El mayor contempló con absoluta calma y silencio los gentiles y dóciles pero respetuosos pasos del joven invitado, que parecía ciertamente sorprendido y absorto con lo que observaban con detenimiento sus curiosos y claros ojos, tan brillantes como el cristal.
Con movimientos que rozaban entre el respeto y el temor, el menor paseaba por la descuidada estancia principal. Le enterneció la visión del muchacho al sonreír tan enternecido ante una visión tan simple, llana y humilde como era ese viejo y abandonado hogar. Salió unos momentos para dejarle espacio, esperando que el recién llegado se sintiera un poco más cómodo en su nuevo hábitat, esperando no importunarle con una falsa idea de molestia ante su comprensible curiosidad. Nostálgico, dejó que su visión paseara por el horizonte. Seguramente esa pequeña mariposa no debía haber batido jamás sus alas lejos del nido. Por eso la sola idea de ayudarla a desplegar sus alas y comenzar a volar, sin miedo, libre, le producía un curioso calofrío emocionante que hacía vibrar sus sentidos. No entendía el motivo de por qué le obsesionaba tanto la idea de que ese kagema, el cual no conocía en absoluto, pudiera disfrutar de esa libertad que consideraba propia de todo ser vivo. Sólo daba por seguro, de que protegería su vuelo a costa de todo lo necesario. Nadie más volvería a dañar esas hermosas y lustrosas alas. Pondría sus espadas a su servicio para preservar su grácil aleteo hasta el último hálito de vida.
Movido por estos pensamientos, caminó por las afueras de la casa, sin percatarse que el joven había salido instantes después a observar sus movimientos. Recogía algunos leños para encender un buen fuego para cocinar ese día, distraído al recordar de nuevo esa dulce melodía y ese baile lleno de sentimiento, que le resultaba del todo imposible olvidar.
Cuando creyó que habría suficiente madera para hacer una buena fogata y calentar el solitario hogar, regresó hacia el interior de la casa, preguntándose si el joven seguiría curioseando graciosamente por el interior.
Sorprendido lo halló rezando y limpiando graciosamente la polvareda que cubría con su manto gris el altar que acogía la sala principal. Sonrió divertido a la par que enternecido.
-Lamento de corazón las pobres condiciones en las que se hallan mi humilde hogar. -Reverenció suavemente al joven. -Como podrás comprobar sin esfuerzo, hace varias semanas, quizás meses, que no he vuelto a este lugar -Nostálgicamente, acarició el arco de madera de la puerta de entrada, recorriendo su contorno con una mirada perdida que invitaba a recuerdos de todas clases, dulces y amargos. -No te preocupes, con un poco de esfuerzo volverá a lucir como antaño. -Sonrió confiado al pequeño, para calmar su congoja. - Además, traje algo que ayudará a dar mejor aspecto a este viejo lugar. -Dejó a la vista los leños que había posado junto a la entrada. -Con un poco de limpieza y calor, todo lugar se vuelve más amable y cautivador, ¿no crees? Además... -Pareció pensativo, llevando uno de sus puños a su mentón. - No erraré demasiado si afirmo que pronto estarás hambriento, si no lo estás ya. - Contempló la vista ruborizada del pequeño, y la culpabilidad reflejada de sus ojos, y hábil supo leer en ellos su incertidumbre y su escasa habilidad en esos menesteres tan comunes para las personas de a pie, además de él, acostumbrado ya a convivir con la soledad. -No pierdas la calma, joven Len. No te traje aquí esperando de ti grandes dotes domésticas. Conoces de sobras mis motivos, además he convivido muchos años aquí, así que no me supone gran esfuerzo cuidar de ambos. Espero que mis intentos no sean vanos e insuficientes y te sean gratos. Trabajaré duro para que te sientas como en casa. Cualquier cosa que necesites, no dudes en pedírmela sin reparos. -Acabado su discurso de disculpa, el mayor se agachó frente al hogar y puso buena parte de los leños apilados, para poder encender los leños cuando la noche les cubriera con su manto añil y el viento aún helado del valle soplara a su puerta. Luego se volvió a incorporar y se dirigió a una pequeña alacena en busca de algo. - Ah, aquí está... Aún queda suficiente. Y parece que está seco y en perfectas condiciones. -El animado guerrero no se refería sino a un viejo saco de arroz que conservaba a buen recaudo de frío y humedad, uno de sus pocos sustentos que conservaba ahora. - Un poco de arroz con algo de pescado fresco puede ser el comienzo de una buena cena, ¿No te parece? -Sonrió al pequeño, para animarle. -No te preocupes por la variedad, podemos bajar pronto al pueblo de nuevo y comprar más variedad de alimentos. -Lo cierto es que por fortuna aún conservaba buena parte del dinero que había ganado en su última contienda, tan solo la pequeña parte que le faltaba la había ofrecido al venerable doctor Kaai, que pese a sus intentos de no aceptar ni una sola moneda, hábilmente se las había ingeniado para dejárselas cerca de la entrada como gratitud por su inestimable ayuda.-Pero me temo que por el momento es todo de lo que dispongo. Quizás tenga algún bote de especias por aquí, pero no mucho más. Lamento tan sobria e ingrata recepción. -Inclinándose visiblemente avergonzado ante la mirada atónita del rubio una vez más, no perdió mucho tiempo en buscar sus sencillos instrumentos de pesca, dejándolos en la entrada para cuando llegase la hora de pescar para la cena.

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